martes

Chistes de Monjas

La monja grosera

En el convento había una como interna una monja muy mal hablada. Siempre que intervenía en alguna conversación era para decir una grosería. Las demás ya estaban bastante hartas de ella, y decidieron que la próxima vez que ella interviniese en una conversación con una grosería todas se levantarían de la mesa y la dejarían sola. Días después, en una conversación acerca de las consecuencias de las guerras, una de ellas dijo:

-Si yo pudiera, enviaría un camión lleno de alimentos para toda esa pobre gente.

-Pues si yo pudiera -dijo otra-, enviaría un camión llenos de medicinas para los pobres enfermos.

Fue entonces cuando intervino la monja grosera:

-Si yo pudera, enviaría un camión lleno de putas para esos pobres cabrones.

El resto de monjas, escandalizadas, cumplieron lo prometido y se dirigieron corriendo hacia la puerta. La monja grosera dijo entonces:

-¡No corráis tanto! ¡Si ni siquiera he contratado aún el camión!



El hipo de la monja


Una monja fue al médico con un ataque de hipo que ya le duraba un mes.

-Doctor, tengo un ataque de hipo desde hace un mes que no me deja vivir. No duermo, no como y me duele el cuerpo de tanto movimiento compulsivo e involuntario.

-Tiéndase en la camilla, hermana, que la voy a examinar.

Al cabo de unos instantes el médico dijo:

-Hermana, está usted embarazada.

-¿Qué...?

La monja se levantó de un salto y salió corriendo de la consulta, con cara de pánico. Una hora después el médico recibió una llamada de la madre superiora del convento:

-Pero, doctor, ¿qué le ha dicho a la hermana María?

-Verá, madre superiora, fue una mentira piadosa; como tenía un fuerte ataque de hipo le di un susto para que se le quitara, y supongo que se le habrá quitado, ¿no?

-Sí, a la hermana María se le ha quitado el hipo, pero el padre Damian se ha tirado del campanario.




La monja golfista

Una monja entró en el despacho de la madre superiora y se sentó en una silla, frente a su escritorio. Sin pronunciar palabra alguna, mostraba gran desencanto y frustración.

-¿Qué es lo que tanto te molesta, hermana? -preguntó la superiora-. Creía que hoy ibas a pasar el día con tu familia.

-Así fue -contestó la hermana-. Fui a jugar al golf con mi hermano. Tratamos de jugar todo lo que podemos, usted sabe que fui una golfista bastante buena antes de dedicar mi vida a servir al Señor.

-Por supuesto que lo recuerdo. Pero presiento que tu día de descanso no resultó muy divertido.

-En absoluto, madre. De hecho quiero que sepa que hoy usé el nombre del Señor en vano.

-¡Jesús mil veces, hermana! Cuéntamelo todo.

-Bueno, estábamos en la salida del cinco. Ese hoyo es montruoso, madre: 540 yardas, par 5, con un detestable bunker a la izquierda y un green muy escondido. Pegué el drive de mi vida, lo bordé. Fue el swing más cadencioso que jamás haya hecho. La bola volaba exactamente en la línea que quería cuando, de repente, le pegó a un pájaro en pleno vuelo.

-¡Válgame el Bendito! -dijo la madre, conmovida-. Pero estoy segura que eso no te hizo maldecir, ¿verdad, hermana?

-No. Eso no fue, madre. Mientras intentaba entender lo ocurrido, una ardilla salió disparada de entre los árboles, tomó mi pelota y corrió por medio de la calle.

-Eso sí me habría hecho maldecir -confesó la superiora-.

-Pues no lo hice, madre. ¡Me sentí tan orgullosa de mí misma! Mientras pensaba que esto bien podía ser una señal de Dios, un halcón apareció de entre las nubes, atrapó a la ardilla y salió volando con mi bola aún entre sus patas.

-¡Seguro que ahí fue cuando maldijiste!

-No, ahí tampoco fue -contestó la hermana, angustiada-. Porque, mientras el halcón volaba y desaparecía de mi vista, la ardilla luchaba por su vida, hasta que el halcón la soltó exactamente encima del green. La bola salió de sus patas y rodó hasta quedar a 20 centímetros del hoyo.

La madre superiora se acomodó en su silla, cruzó sus brazos, miró a la hermana con un gesto de incredulidad y dijo:

-¡La madre que te parió! ¡Fallaste el puto putt!



El lado equivocado de la cama

En un convento de monjas, de esos muy rigurosos, un día la muy estricta Madre Superiora se levantó de muy buen humor y se dijo a sí misma: "¡Qué noche tan hermosa he tenido! Hoy no voy a fastidiar a las pobres monjitas, las voy a tratar bien". Se aseó y comenzó a recorrer las celdas de cada monja.

-Buenos días, Sor Josefa, la veo muy bien, y el suéter que está tejiendo es una maravilla.

-Gracias Madre, usted también se ve muy bien, pero parece que se ha bajado por el lado equivocado de la cama, ¿cierto?

A la Madre Superiora no le gustó nada el comentario, pero continuó su recorrido sin decir nada. En la siguiente celda repitió:

-Buen día, Sor María, ¡qué bien se la ve hoy, y qué bonito le está quedando ese bordado!

-Gracias Madre, usted también se ve bien, pero parece que se ha levantado por el lado equivocado de la cama...

La Superiora se mordió la lengua y siguió su camino. Pero todas las monjitas le respondían lo mismo, así que cuando llegó a la quinta monja ya estaba que trinaba; entonces saludó, con los dientes apretados:

-Buen día, Sor Leonor, séame sincera: ¿cree usted que yo me veo como si me hubiera levantado por el lado equivocado de la cama?

-Sí, Madrecita...

-¿Y qué le hace pensar eso?

-Es que lleva usted puestas las sandalias del Padre Gumersindo.



Carta a Monseñor


La secretaria del convento está escribiendo una carta y comienza:

"Querido Monseñor..."

Se da cuenta de que aquél puede malinterpretar sus palabras y vuelve a empezar:

"Excelentísimo Monseñor..."

Recapacita pensando que es demasiado formal y escribe:

"Sr. Monseñor..."

Éste le parece muy mundano, así que decide que el mejor es:

"Don Monseñor..."

Para asegurarse de no meter la pata le pregunta a la madre superiora:

-¿Madre, Monseñor se pone con don?

-¡Claro que se pone condón, hija! Si no este convento sería una guardería.



La monja y la rubia

Ya iba anocheciendo y una monja estaba caminando por la calle. Una rubia pasó por su lado conduciendo y se ofreció a llevarla en su coche. Muy agradecida, la monja aceptó y se subió al automóvil, un reluciente Ferrari rojo con asientos de cuero, equipo de sonido Alpine y alrededor de 100 extras más.

-¡Qué bello coche tiene usted! Debe haber trabajado mucho para poder comprarlo, ¿verdad?

-No, no fue así, hermana, en verdad éste me lo regaló un empresario que se acostó conmigo durante algunos meses.

La monja no dijo nada, mirando hacia el asiento de atrás vio un bellísimo abrigo de visón y le preguntó nuevamente a la rubia:

-Su abrigo es muy bonito, le debe haber costado una fortuna.

-En realidad no me costó nada, me lo regaló un jugador de fútbol por haber pasado con él un par de noches.

La monja tampoco dijo nada y ya no habló más durante todo el viaje. Llegando al convento se fue a su cuarto y se acostó. De pronto alguien tocó a la puerta.

-¿Quién es?

-¡Shhhhhhh! Soy yo, el padre Martín.

-¿Sabe qué, padre? ¡Se puede ir a la mismísima mierda con sus putas chocolatinas!



Monjas en el cielo

Un tren choca con un autobús lleno de monjas y todas fallecen. Llegan todas al cielo y tratan de entrar, pero en la puerta está San Pedro y les dice:

-Cálmense, hermanas, por favor, formen una fila y contesten a mi pregunta. A ver, sor María, ¿has tocado un pene alguna vez?

-¡Uuhhhhhmmmm!... Bueno... pues sólo una vez y fue con la punta de mi dedo.

-Está bien -dice San Pedro-. Mete la punta de tu dedo en el agua bendita y pasa. A ver, sor Camila, ¿has tocado un pene alguna vez?

-Pues sí, pero sólo lo agarré un poquito con la mano izquierda.

-Bueno, mete tu mano izquierda en el agua bendita y pasa.

En eso se oye un tremendo alboroto y una de las monjas, empujando, por fin logra llegar hasta San Pedro.

-¿Pero por qué tanto alboroto, hija mía? -dice sorprendido San Pedro-.

-Mire, don Pedro, si tengo que hacer gárgaras con agua bendita, ¡quiero hacerlo antes de que sor Eugenia meta el culo!



El baño del cura

En un monasterio había un sacerdote que acostumbraba a bañarse todas las noches en su tina, ayudado por una hermana religiosa, quien había sido educada en la misión de ayudar al padre en lo que necesitara. Una mañana, la hermana se encuentra con la madre superiora y le dice:

-Madre, ¡he sido salvada!

-¿Pero cómo ha ocurrido tan magno evento, querida hija?

-Anoche, mientras ayudaba al padre José con su baño, él tomó mi mano y la llevó hasta su entrepierna, y me dijo que esa era la llave del cielo y que sería necesario probarla con mi cerradura para ver si se abren las puertas del paraíso para ser salvada.

-¡Viejo desgraciado! ¿Y qué más pasó?

-Bueno, probamos la cerradura, él me dijo que al principio dolería un poco, porque el camino al cielo era difícil y doloroso, pero que al final sentiría un gran placer.

-¡Viejo hijo de puta! ¡Y a mí que me tenía engañada con que era la trompeta del arcángel San Gabriel, y se la estoy soplando desde hace 20 años!



La oración de las monjas

Todas las mañanas una monja iba por el parque caminando junto a un grupo de pupilas mientras recitaban sus oraciones. Aquel día pudo ver en la distancia un hombre acostado en el suelo, completamente desnudo. Ella pensó que sus alumnas no debían contemplar aquella escena y decidió sacrificar su pudor, sentándose sobre el hombre y cubriéndolo con su hábito. Al rato de estar sentada se sintió "iluminada" y comenzó a orar:

-Ay Santa Rosa, ¿cómo se llama esta cosa?

-Ay San Arturo, parece que algo está duro.

-Ay San Fernando, siento que algo está entrando.

-Ay San Vicente, es algo caliente.

-Ay San Benito, esto si que es bonito.

-Ay San Rolando, siento que me estoy mojando.

-Ay Santo Tomás, que ya no aguanto más.

-Ay Santa Eternidad, perdí la virginidad.

-Ay San Clemente, que no se entere la gente.

-Ay Santa Canuta, qué lindo habría sido ser puta.

-Ay San Pancracio, que me la saque despacio.

-Ay Madre Amada, ¿no quedaré preñada?

-Ay San Formento, no vuelvo más al convento.



En el convento

Una monja llega corriendo y gritando al convento:

-¡Madre superiora, madre superiora! ¡Me han violado, me han violado!

-Cálmate, hija mía, yo me ocupo de esto.

La madre superiora se va, y vuelve de la cocina con un limón empapado en vinagre.

-Toma, hija, muerde esto con fuerza.

-Pero, madre, ¿usted cree que esto me purificará?

-No, eso no, pero al menos te borrará esa cara de satisfacción, ¡guarrilla!

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